Terraza Kong

No bastaron las copas de vino en el pasaje Olaya. Tampoco el resumen de tu viaje a Europa ni las memorias de mi cuarentena mal cumplida. 

Entonces me cogiste de la mano, corrimos, y como dos fugitivos de la noche -o quizás, de las normas- en el centro de Lima, ingresamos al Kong. No entendía lo que pasaba. Las personas a nuestro lado eran actores en una fotografía captada a baja velocidad. Ellos de fondo, efímeros, con suave movimiento. Nosotros, los protagonistas, nítidos, quietos en el centro de la escena. Así nos veíamos: cogidos de la mano -tú, un paso antes de mí guiando nuestro camino-, oscuridad y gente alegre a nuestro alrededor. Bien. Deshago la fotografía. 

Subimos junto con ellos al último piso de la antigua torre. Apretados, risueños, temerosos y borrachos. “No hagan bulla”, se escuchó por ahí. Nos reímos. El sonido frívolo de Tears For Fears empezaba a resonar con más claridad y alimentaba la ansiedad de llegar de una vez a la terraza. “Welcome to your life…”, se oye. Habíamos llegado. 

Seguía sin entender en dónde estaba, por qué ya nadie usaba barbijo, por qué yo estaba sin barbijo. “Barbijo no se usa acá, se usa en Argentina”, me corregiste -como muchas veces después-. Bueno, entonces por qué es que estaba sin mascarilla y, por qué estaba tan feliz contigo, un extraño con quien había tenido recién la primera cita aquella noche. Sí, tú. Aquel extraño a quien, días después, le entregaría equívocamente mi cuerpo y corazón, aún inexplorados. Y quien, años después, me costaría aún olvidarlo

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